El psicoanálisis lacaniano es una forma profunda de escuchar el sufrimiento humano. Surge del legado de Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis, y se enriquece con la obra de Jacques Lacan, quien en el siglo XX propuso una relectura rigurosa de Freud, y amplió el campo del psicoanálisis creando la corriente lacaniana.
Para Jacques Lacan, psiquiatra y psicoanalista, el inconsciente no es un simple depósito de recuerdos reprimidos: está estructurado como un lenguaje. Habla, se repite, insiste en formas que muchas veces escapan a nuestra conciencia, pero que se expresan en los síntomas, en los sueños, en lo que decimos sin querer decir.
El síntoma, entonces, no es solo algo que molesta o hay que eliminar; forma parte de una lógica estructural de funcionamiento. Lacan nos permite leer qué lógica inconsciente nos lleva, una y otra vez, a ocupar lugares que no elegimos conscientemente, a repetir situaciones que nos hacen daño o a sostener un malestar sin saber por qué.
"El neurótico es un enfermo que se cura con la palabra, y sobretodo, con su propia palabra"
Jacques Lacan (1974)
¿Qué propone el psicoanálisis lacaniano?
El psicoanálisis lacaniano no busca adaptar al sujeto a una norma social ni suprimir síntomas rápidamente. Apuesta por algo más vital: acompañar a la persona a descubrir qué lugar ocupa en su propio malestar, qué sentido tiene su síntoma, qué lógica repite sin saberlo, y cómo puede hacer con eso algo diferente.
Este enfoque no da respuestas ni consejos. En el dispositivo analítico, “dirigir la cura” no significa que el analista tenga el saber sobre el paciente, sino que facilite un espacio donde el sujeto pueda descubrir el suyo. No se trata de adaptarse al mundo a costa de uno mismo, sino de construir un lugar más habitable donde algo del deseo pueda abrirse paso.
El psicoanálisis lacaniano no busca “curarte” como si estuvieras dañado, ni pretende cambiarte para que encajes en lo que otros esperan de ti. Su propuesta es que puedas escucharte de otra manera, que algo de tu malestar empiece a tener sentido y que eso abra la posibilidad de un movimiento subjetivo. A veces, eso es lo que permite que lo que dolía tanto ya no duela igual.
No te dirá quién eres ni cómo deberías vivir. Pero te invitará a preguntártelo. A leer tu historia, tus síntomas y tus elecciones desde otro lugar.
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