Dolor, cuerpo y alma
Dolor, cuerpo y alma
La salud ya no es más ausencia de enfermedad, y el dolor no es solo de causa neurológica o patológica. Este paradigma biologicista ha cambiado, y la manera de entender la salud o el dolor en el abordaje de las ciencias de la salud se ha transformado y ampliado. Podemos observar este giro conceptual en organizaciones internacionales como la OMS y la IASP que los definen respectivamente: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”; “El dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con una lesión hística real o potencial, o que se describe como ocasionada por dicha lesión”.
En las definiciones descritas vemos dimensiones emocionales, físicas, y sociales que caracterizan estos constructos de dolor y salud. En el caso concreto del dolor esta multideterminación implica muchas clasificaciones para poder estudiarlo y abordarlo, por ejemplo desde la fisiopatología que lo produce (nociceptivo o neuropático), su duración (crónico o agudo), su origen (oncológico, psicógeno, traumático…). Pero en la práctica ninguna de estas definiciones es excluyente: podemos encontrarnos un paciente de postoperatorio de cirugía torácica con dolor agudo de tipo nociceptivo (por injuria en la cirugía de órganos y tejidos), con componente neuropático (por lesión del nervios intercostales), y con altos niveles de estrés y ansiedad relacionados con la situación hospitalaria y sus características individuales (emocionales, cognitivas, sociales…). ¡Fíjense que mix!
Es desde esta nueva óptica que en la enfermería, cuyo objeto de conocimiento es el cuidado de las personas, el término cuidar también ha evolucionado. El profesional de enfermería precisa de amplios conocimientos de aspectos anatomofisiológicos, y mentales asociados al campo de la salud, pues en el ejercicio no solo trabajamos con cuerpos, sino con una mente unida a él.
De esta forma, el dolor para la enfermería es la quinta constante vital, no sólo en términos físicos sino en términos psicológicos. Es el motivo de llamada por excelencia de los pacientes que me he encontrado en mi carrera profesional, y puedo afirmar por mi experiencia en unidades de cirugía mayor, intensivos, y cuidados paliativos, que el dolor físico nunca está aislado, así como el psíquico tampoco.
Que el dolor es una experiencia desagradable, nadie lo duda. La subjetividad que le es característica, el convulso sufrimiento, desamparo e impotencia que embarga y aísla a los que lo experimentan, es incuestionable. Por eso, algo que he aprendido en mi práctica clínica es que las llamadas por dolor son en la atención enfermera impostponibles: no hay nada mas importante, excepto el compromiso vital, que deba ser más priorizado en el cuidado del ser humano. Y los pacientes nos lo hacen saber: quieren que eso que les hace sufrir, que les retuerce el cuerpo y la mente, desaparezca ya.
Numerosos estudios avalan la reciprocidad y consecuencias del binomio dolor mental y físico, y las implicaciones a nivel fisiopatológico y mental del malestar emocional están ya estudiadas desde larga data. Pero lejos de querer detenerme más en los aspectos teóricos o estadísticos del manejo del dolor o su conceptualización, quisiera transmitir ejemplos en mi práctica que dan cuenta de la importancia del abordaje de ambos aspectos irreductibles del ser humano.
Juan, paciente de 67 años con patología respiratoria crónica, bronquitis crónica avanzada. Es un enfermo conocido debido a sus múltiples ingresos. Son las 3 de la mañana de un sábado, llama al timbre. Al descolgar el comunicador, oigo la respiración agitada y las palabras entrecortadas: “Me a-ho-go, por favor…” Me acerco a la habitación, Juan ha encendido todas las luces, está respirando trabajosamente, los músculos de su cuello y sus hombros se tensan, abre la boca desesperadamente para agarrar cada cm3 de aire, está pálido, sus labios están azules y aparenta estar muy nervioso. Juan está sufriendo, física y mentalmente. Me acerco a él, y le digo: “Tranquilo Juan, ya verás que te pondrás bien, te pondré el aerosol que sabes que te ayuda, y llamaremos al médico para que venga a verte. Mientras tanto nos quedaremos aquí contigo”. Voy a avisar al médico, pues sus constantes vitales no son adecuadas. Regreso, apago la luz del techo y encendiendo una pequeña lamparita para fomentar un ambiente relajado. Y allí, mientras monitorizamos su cuerpo, y tratamos su pulmón con el aerosol, me siento a su lado, e intento llegar a su alma: le tomo la mano y le hablo con palabras suaves. Ese momento es mágico, en el sentido de que empieza a sonreír un poco, y trata de respirar poco a poco siguiendo nuestras indicaciones. Hay alguien allí con él, con su dolor, que lo contiene y lo ayuda. Más tarde viene el médico, y tras administración de otras medicaciones mejora.
Evidentemente no todos los pacientes son iguales, y no todos tienen por qué responder así. Pero enfermería debe saber leer, y atender estas situaciones donde cuerpo y alma se funden. Recuerdo otro caso, una mujer joven, sobre los cuarenta años, y recién diagnosticada de cáncer de pulmón, operable. En el pase del turno, a las 15:00 de la tarde, me transmiten que mientras el médico le había dado la noticia se había quedado en estado de shock. No volvió a mediar palabra desde que recibió el diagnóstico a las 11:00 de la mañana. Su marido, al que me encuentro en el pasillo sobre las 16:00 de la tarde, sigue preocupado por el estado emocional de su mujer. Entro a la habitación y entrego un analgésico oral a Carmen, inmediatamente me lo lanza al suelo, me grita “Eso no me hace nada, tengo cáncer, quiero algo que me quite el dolor”. Trato de averiguar a qué tipo de dolor se refiere, porque en la historia clínica y en el pase de turno no había constancia más que de unas molestias, y por eso le estábamos administrando paracetamol oral. Carmen sigue agitada ante mis preguntas, y me dice que nos va a denunciar, que no sabemos nada. Entonces entendí, estaba atravesada por otro tipo de dolor, el dolor del alma, estaba sufriendo, y atravesando un duelo ante la posibilidad de la pérdida de la propia vida. Me senté a su lado con su permiso, y le dije “Carmen, yo solo quiero ayudarte, si crees que debes poner una denuncia adelante, pero mientras tanto quisiera poder ayudarte, porque es mi función aquí, tratar de estar aquí para ti”. De forma inmediata se puso a llorar, y me dijo que no se encontraba bien, que le habían dicho que tenía cáncer, pero que ahora no quería hablar. Le di el espacio que pedía, y le transmití que si necesitaba hablar o alguna medicación para estar más tranquila por favor me llamase. Hablamos con el médico y al día siguiente vino la psicóloga.
“… nadie puede aceptar el dolor profundo y devastador. El dolor intratable es como el infierno, sin escapatoria, sin esperanza. Cuando uno no ha experimentado el dolor más acerado y profundo, es imposible imaginar la agonía de un paciente, al igual que es imposible comprender que un tiempo sin dolor, por corto que sea, puede representar la felicidad más extrema.”
(Lars Leksell, Brain Fragments 1992. Neurocirujano 1907-1986)
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